por
Joan Benavent
Se cumplen treinta años del Julio Cortázar ausente para siempre. Quedan sus libros. Muy leídos por millones. David Viñas decía de él que escribía para los porteños, incluso desde Francia, y que para otros era menos inteligible. Y no es ésta la cuestión. Porque la suprema virtud de este escritor ha sido jugar con las palabras, y bailar con los renglones la partitura dictada por un inagotable capricho, preñado de talento. Eso lo hizo internacional, no sus indiscutibles porteñismos.
Julio fue el benjamín de Victoria Ocampo y la revista Sur durante años. La gente, local y no local que publicaba Victoria, gastaba una letra centrista y liberal, propia de una élite: la que gobernó, a paladar y golpe de Estado o fraude la república, durante más de medio siglo. Eran escritores blancos hasta en la piel, y sumamente refinados. El fruto privilegiado de la exclusión social y la buena educación. Por esa razón, casi todos miraban a Francia como el espejo deseado en el imaginario.
El drama común para un Borges, o un Mujica Láinez (para citar tan solo dos miembros de una vasta y aguerrida tropa de plumas en ristre), era ser franceses en Buenos Aires, y argentinos en París o Londres.
Luego de coquetear con Mussolini, que era hombre ilustrado, de instinto más o menos tan salvaje como el de muchos oligarcas locales, el alma mater de Sur se topó con la invasión fascista a Etiopía, y ahí cambió de tercio, bajo la influencia de la Guerra Civil Española y sus plumas republicanas, sin abrazar el comunismo.
Algunos, como Borges, permanecieron apolíticos, neutrales y brillantes frente a la vida, mientras Ezequiel Martínez Estrada se alineó, con los que veían en aquel ascendente militar populista surgido del golpe de Estado de 1943, un Mussolini criollo en potencia. No fue exactamente así, pero necesitaban creerlo sin negarse a sí mismos.
Cortázar desembarcó plenamente en esa bisagra, adhiriendo al antiperonismo en bloque de Sur y su política editorial. Una cosa era glorificar obreros europeos en sus páginas, otra, comentar siquiera lo que hacían los vernáculos, respaldando a Perón y su gigantesca obra social de entonces, inédita en la Europa de posguerra.
La mejor producción del puro Cortazar es la objetivamente enemistada con ese fenómeno social y político.
Con el tiempo y sus mutaciones, a menudo asombrosas, se fue escorando a la izquierda hasta abrazar la Revolución Cubana y el castrismo, al igual que... Martínez Estrada. Sábato permaneció en el centro, junto a José Bianco y otros. Borges y Bioy Casares se escoraron a la derecha.
En ese proceso, con Julio virtualmente exiliado en París y mitificado durante esos años, su magia literaria se desvaneció lentamente, cediendo el paso al analista político y viajero infatigable, siempre brillante. Hoy, de su obra permanece vivo ese desafío imaginativo, tan fácil de imitar (aunque no de igualar) para muchos escritores, producto de un momento histórico irrepetible.
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