Artículo publicado en la revista literaria Espéculo, UCM, Madrid, no. 27, 2004, Homenaje a Pablo Neruda
por
Maria A. Silva
Nós, os poetas, não somos profetas, contrariamente às ilusões românticas. Somos
aqueles que, falando poeticamente, devem continuamente recordar àqueles que
pensam que sabem muito, que nós -seres humanos- não sabemos nada,
para além da gramática convencional de algumas ciências. Mas assim sendo,
sabemos mais num plano diferente, uma vez que somos, como somos,
os registros e arquivos da experiência humana através da linguagem.
Jorge de Sena
Del cruce de lecturas suelen brotar interrogantes que, a
menudo, nos hacen regresar a antiguos temas de análisis apenas esbozados por la
crítica. Es éste el origen de mis comentarios.
Unos cuantos renglones de un ensayo de Carlos Rincón[1]
me llevaron a plantear cuestiones significativas acerca de las relaciones que
se forjaron, en el proyecto creador hispanoamericano de comienzos del siglo XX,
entre el contexto histórico-literario y la imagen de su lector posible.
Publicado por primera vez a fines de la década del ´70, el texto de Rincón
refleja la tendencia de época hacia la valoración analítica de los mecanismos
del sistema comunicativo que vendrían a conformar el objeto de estudio de la
estética de la recepción. Empieza por señalar que es la relación dialéctica
entre su producción y recepción, históricamente determinadas, lo que torna la
literatura en un hecho ideológico. El significado histórico de un texto -añade-
“depende de la relación mutua entre dos sistemas de referencias: el de su génesis
y aquel en que hoy es leído y ejerce su efecto”. (p. 41-42) El real punto de
interés del autor es subrayar el cambio de actitud crítica que juzga necesario
frente al ensanchamiento del horizonte de experiencias estéticas obrado en la
literatura latinoamericana desde hace la década del ´40, aproximadamente.
Traspasar los límites interpretativos de la lectura inicial, el “inventario de
capas semánticas descubiertas o hechas visibles en ese primer encuentro”,
constituiría la postura-clave, imprescindible, de la nueva crítica.
Como prueba de que a partir de la transformación del
código de normas estéticas se produce un cambio de perspectiva del pasado
histórico-literario, Rincón alude a la estructura sintáctica de El Habitante
Y Su Esperanza (1926), de Pablo Neruda, que le valió a la obra el
calificativo marginal, ya en la época de su publicación, al relacionarla
los críticos con la totalidad de la producción nerudiana hasta entonces
conocida. Según Rincón, la transformación del sistema comunicativo mediante el
traslado del fenómeno de no-coherencia al nivel de la gramática del discurso,
fue, en esta novela corta de Neruda, un elemento ajeno a la situación histórica
que condicionó el momento de su aparición, diluyéndose, en consecuencia, su
carácter novedoso. El Habitante Y Su Esperanza transpuso los lindes de
la marginalidad -agrega el autor- a medida que el curso del proceso histórico
en que la poesía de Neruda tomó significación mundial asistió al nacimiento de
una nueva prosa literaria en el continente.
Sin embargo, las restricciones temáticas del texto de
Rincón no le permiten avanzar la discusión. El aspecto más importante de su
comentario, lo relega el crítico justamente cuando parece enseñarnos un camino
seguro hacia la comprensión del contexto en el cual se produjo esta obra
nerudiana. Dos polémicas parcialmente esbozadas resultan de la breve mención a El
Habitante Y Su Esperanza: hasta qué punto la situación histórico-literaria
de Chile, en los años ´20 (época de represión política y, a la vez, de eclosión
de una conciencia popular), contribuyó a la formación de un anhelo creador
predispuesto a reaccionar a las experimentaciones estéticas foráneas en el
cierne de la tradición narrativa del país; en qué consistió, de hecho, la
relación dialéctica causadora del presunto desplazamiento de dicha obra
respecto a las vanguardias.
Una breve ojeada por sobre la producción literaria de
Chile en el período inmediatamente anterior sería suficiente como para
trazarnos el perfil estructural y contextual de lo que podría designarse la
“nueva” narrativa breve del début de siglo, nacida aún bajo el signo de
la dramaticidad de rasgos romántico-realistas conflictivos, pero ya entonces
mezclada al ímpetu crítico de cuño socialista, como en el caso de Baldomero
Lilo, Guillermo Labarca y Eduardo Barrios. El elemento común a esta primera
generación de cuentistas (desproporcionada, por supuesto, en cuanto a la
intensidad y constancia del quehacer ficcional de sus integrantes) es el diseño
de una psicología paisajística, que alcanzaría su expresión quizá más densa en
el estilo de Mariano Latorre, quien propuso insertar la imagen de la tierra en
la literatura chilena sin el menoscabo del personaje. El agravamiento de los
problemas sociales en la década del ´20 erigió un escenario propicio a la
manifestación de esta tradición narrativa, dividida entre el enfrentamiento
agónico con el habitat y la tentativa de conciliación armónica entre el
individuo y su entorno geocultural. La subordinación del lenguaje a las
limitaciones formales y temáticas que acompañaban tal tendencia sería, pues,
fenómeno inevitable.
Cuando Neruda proclamó el comprometimiento de la
literatura con su momento histórico, aludía a la actitud creadora visceral que
trasciende tiempo y espacio en signos de vida universales. De manera
innovadora, la estética nerudiana alteró la representación simbólica de las
relaciones individuo-ambiente, inaugurada con los cuentos y novelas de Augusto
D´Halmar. El contexto cultural en el cual se desarrolló la narrativa breve chilena
a principios del siglo XX no favoreció el paroxismo técnico de las vanguardias
más radicales, de ahí el hecho de que no se logre identificar, entre los
cultores del género, expresiones de vigoroso designio renovador, como fueron,
en poesía, las obras de Vicente Huidobro, Pablo de Rokha y del mismo Neruda.
En el texto de Rincón, el aspecto polémico oriundo de
este primer enfoque parece firmarse a partir del cotejo entre El Habitante Y
Su Esperanza y Le Paysan De Paris, de Louis Aragon, narrativas cuya
presunta identidad estética se reduce más bien a la cronología de su
publicación, coetáneas que fueron, desde luego. De la cuestión sintáctica,
Rincón se lanza, de un salto, a identificar en la obra de Neruda una imaginería
“que hoy nos resulta surreal” pero que, al contrario del merveilleux
quotidien surrealista, no se desvincula de la naturaleza, puesto que las
imágenes no tienden “a hacerse autónomas […] sino que actúan a modo de núcleos
significantes”. (p. 42)
Ahora bien, la diferencia fundamental entre los dos
textos habría que buscarla, en primer lugar, en el subtítulo de la obra de
Aragon: Préface a une mythologie moderne.[2] Le Paysan De
Paris se construye a partir de la contestación al gran equívoco
existencial, de fundamento cartesiano, que desvirtuó el pensamiento y las
acciones del hombre occidental durante cuatro siglos: la fe en la realidad de
la certidumbre. El sofisma de la evidencia, como lo designó Aragon, fue
responsable por el surgimiento de la falsa idea de ruptura entre razón e
imaginación, instaurando la delusoria creencia en la dualidad del hombre. El
eje temático de Le Paysan De Paris es la afirmación de la imposibilidad
de una visión dicotómica que separe el conocimiento racional del conocimiento
sensible, con lo que propone el autor la legitimación de lo insólito como parte
integrante de una cierta inestabilidad consciente, el merveilleux quotidien
en tanto que ciencia de la vida, una región indefinida, a medias entre la razón
y el ensueño.
Para Aragon, la cosmópolis es el espacio donde fuerzas
antagónicas pugnan por lograr la hegemonía -de un lado, la escisión interior
heredada del racionalismo; del otro, la existencia en los límites de lo
desconocido y de la aventura-, pero donde reina, por fin, la imaginación, en su
facultad trascendente. La duda acerca del origen cristiano del vocablo
desencadena una crítica a la ilusión de realidad que se derivó de la
cristalización del término a partir de la connotación de simulacro, de engaño
de los sentidos, postulada por la filosofía tomista. Según Aragon, la
imaginación sí es incertidumbre, positiva y fecunda, porque no resulta de la
inteligencia.
Pero es importante recordar la crítica del mismo Aragon
tanto al terrorismo dada como al vicio surrealista, ambos
merecedores del epíteto anarquía epidémica. Frente al surrealismo, sobre
todo, no se ahorró críticas alusivas al empleo desorbitado de las imágenes,
provocadas sin control -a su parecer-, de modo apasionado y estupefaciente.
Aunque la disidencia de Aragon lo llevó a cuestionar la arbitrariedad del
lenguaje surrealista, su Paysan De Paris no se distingue claramente de
las demás obras del grupo surgidas a mediados de la década del ´20, cuando
Breton defendía lo insólito en la construcción imagística como expresión
espontánea de la facultad de invención verbal. Ubicándose en el centro de las
polémicas, Aragon la vió como el estertor de una estética nacida, a comienzos
del siglo XX, a la par con el desarrollo técnico-tecnológico: lo trágico
moderno.
La discusión sobre la influencia del estilo de Aragon en El
Habitante Y Su Esperanza sólo se justifica, inicialmente, si observados los
comentarios de la sección intermedia de Le Paysan De Paris en la cual se
busca exponer el sentimiento de la naturaleza desde la perspectiva de la
concepción mítica del mundo moderno. Excluyendo de sus consideraciones el
sentido filosófico de la expresión, Aragon concentra su interés en la dimensión
estética de la palabra naturaleza, es decir, la representación de un mundo
exterior, de creaciones humanas, al cual siempre se opuso un correlato divino,
distinto, superior y ajeno. En el mundo moderno, la exigencia de un nuevo
conocimiento mítico acaba por eliminar este sentido partitivo, diluyendo los
límites que, según Aragon, uno cree falsamente descubrir a través de los mecanismos
de la conciencia. Naturaleza e inconsciente habitan, ahora, un mismo lugar, son
un mismo lugar, donde la experiencia sensible adquiere un sentido liminar y,
por ello mismo, mítico.
El Habitante Y Su Esperanza parece obedecer al mismo principio de
ubicuidad perceptiva, pero no cabe afirmar que la construcción discursiva de
esta obra se sostiene primordialmente sobre una base de no-coherencia. En
primer lugar porque, en Neruda, la representación de la experiencia existencial
se manifiesta en signos de un orden cultural diverso, donde la definición de
naturaleza no pertenece al vocabulario del cotidiano urbano asignado por los
surrealistas. La red de imágenes que configura la idea de una inmovilidad
viviente -leitmotiv que atraviesa la poesía nerudiana en todas sus
etapas- tiene sus raíces en la primera Residencia[3] y
confirma la temprana determinación de cambiar el tratamiento simbólico de los
temas de la tierra sin menospreciar la importancia que se les adjudicaba en la
tradición literaria chilena ni tampoco ignorar las nuevas posibilidades
expresivas anunciadas por las vanguardias.
Sin embargo, si la temática de la obra, caracterizada por
la identidad casi osmótica que comparten hombre y naturaleza, remite
indubitablemente a la primera Residencia, lo mismo no se puede decir de
su estructura lingüística, compuesta más bien de comparaciones que de metáforas
y exenta de grandes lagunas semánticas. El despliegue narrativo en quince
cuadros de relativa autonomía no fragmenta al texto, sino que le confiere una constitución
de ritmo cambiante, aunque regulado por la óptica integradora del narrador,
también actor y exegeta de su propia historia. Todo un conjunto de fuerzas
condicionantes desafía al protagonista a aceptar la armonía inestable como
motor de la existencia humana, envolviéndole en una circularidad abrumadora:
"He estado muchas veces solo en mi vivienda mientras el
temporal azota la costa. Estoy tranquilo porque no tengo temor de la muerte, ni
pasiones, pero me gusta ver la mañana que casi siempre surge limpia y
reluciendo. […] Una especie de fuerza de esperanza se pone en mi manera de
vivir aquel día, una manera superior a la indolencia, exactamente superior a mi
indolência." (EHYSE, I, p. 9)[4]
"Ahora estoy acodado frente a la ventana, y una gran
tristeza empaña los vidrios. Qué es esto? Dónde estuve? He aquí que de esta
casa silenciosa brota también el olor del mar, como saliendo de una gran valva
oceánica, y donde estoy inmóvil.
Es hora, porque la soledad comienza a poblarse de
monstruos; la noche titila en una punta de colores caídos, desiertos, y el alba
saca llorando los ojos del agua." (EHYSE, XV, p. 26)
Ni ruptura ostensiva de la estructura sintáctica, ni
retórica impactante. La fuerza expresiva de la obra radica en su dimensión
simbólica, cuyos elementos constitutivos evocan la convivencia entrañable del
paisano y su provincia natal, a la vez que sugieren, a partir de este mismo
enlace, un dilema irresoluble. Una única imagen, al comienzo de la narrativa
-“Los cuatro caballos son negros con la luz nocturna y descansan echados a la
orilla del agua como los países en el mapa.” (EHYSE, III, p. 10)- resume
con perfección el múltiple sentimiento de arraigo, olvido y soledad que los
mantiene a todos atrapados en la red de contingencias, y sobre el cual
reflexiona el protagonista con ecos nietzschianos.
Es difícil leer El Habitante Y Su Esperanza sin
allí captar resonancias éticas y estéticas de El Viajero Y Su Sombra.[5]
Las dos obras comparten, en su dimensión moral, la misma voluntad de lo trágico
con la cual se alcanza “una independencia en medio de toda clase de desgracias
exteriores” (EVYSS, p. 15) y se asume al destino en cuanto creación de
una voluntad generadora. Estéticamente, ambas crean un lenguaje de ermitaño,
el que sólo entienden “los más silenciosos y sufridos” (EVYSS, p. 16),
para dar voz a la conciencia entre la luz y las tinieblas.[6]
Los aforismos nietzscheanos son aserciones que en su rol filosófico de señalar
los caminos hacia un nuevo optimismo minimizan la duda, rechazando el diálogo
como instrumento de investigación dialéctica. La sensibilidad que Neruda
concede a su personaje, “pobre habitante perdido en la sala de una esperanza
que nunca se supo limitar”, se nutre, a su vez, de la duda permanente, de la
indagación monológica, en su afán por conocer los secretos de una “verdadera,
ignorada vida secreta”:
"A veces, cuando el aburrimiento es demasiado grande, este
destierro me parece muy amargo. Pero, qué es lo que hay detrás del límite de
este pueblo? Qué placeres marcan los itinerarios que no conozco? Qué sorpresa
de imprevista ráfaga marcan los acontecimientos sucedidos en la distancia? […]
Bueno, esto debe tener algún fin. O tal vez, éste es el
fin." (EHYSE, XIII, p. 22)
"Os debo contar mi aventura, a vosotros los que por
completo conocéis el secreto de las noches y os alimentáis de ese misterio, a
vosotros los desinteresados vigilantes que tenéis los ojos abiertos en la
puerta de los túneles, allí donde una luz roja parpadea el peligro, y gusanos
de luz verde cruzan su vientre, a vosotros los que conocéis el destino de la
vigilia y que en el mar, en el desierto, en el destierro, veis nacer y crecer
las grandes mariposas de las de trapo que brotan del sueño incompartible, a
vosotros los pescadores, poetas, panaderos, guardianes de faro, y a los que,
demasiado celosos por guardar una inquietud, conocen el riesgo de haber estado
una sola vez siquiera frente a lo indescifrable." (EHYSE, XV, p. 24)
En el Prólogo de la primera edición de El
Habitante Y Su Esperanza, cuya supresión posterior comprometió en cierto
modo la justa evaluación de la obra, el poeta chileno declara su afición a la
vida de la gente intranquila e insatisfecha, sean artistas o criminales.[7]
Dicho posicionamiento frente a los temas sacados del mundo real conlleva la
necesidad de encontrar el equilibrio entre imaginación y experiencia, sin el
cual se arriesga el escritor a subordinar su obra al juego mimético de los
realismos o a subvertirla en busca de inusitadas analogías figurativas. Este
punto de intersección, sobre el que Neruda discurrió en sus variadas etapas
creadoras -“Os amo idealismo y realismo / como agua y piedra / sois / partes
del mundo, / luz y raíz del árbol de la vida”[8]-, es también
el lugar que ocupa su lector posible, más allá de cualquier condicionamiento
estético. Hasta en su período considerado más profético (y no menos épico,
por la exaltación de un anonimato heroico), la obra nerudiana no dejó de
admitir cuán lejos puede ubicarse esta mirada ideal: “Escribo para el pueblo,
aunque no pueda / leer mi poesía con sus ojos rurales.”.[9]
Nietzsche definió El Viajero Y Su Sombra como una
lucha penosa y paciente contra la inclinación romántica a transformar “unas
cuantas experiencias personales en juicios universales, amplificándolas hasta
querer condenar al mundo…” (EVYSS, p. 15-16), actitud no muy distinta de
la del poeta chileno, no obstante su concepto dramático de la vida, el cual
debe entenderse, a la verdad, como un imperioso anhelo de con-moverse a
través de las grandes ideas que, en literatura, fomentan “grandes vacilaciones
y dudas” (Prólogos, p. 16). La rara e inesperada coexistencia de lirismo
y sondeo psicológico -interrogante, sotto voce,[10]
sobre los lindes de lo filosófico y lo poético- hizo que se vieran las dos
obras como puntos muertos en el conjunto de la producción intelectual de sus
autores. Situación que paradójicamente perdura, en el caso de Neruda sobre
todo, más de medio siglo después del surgimiento de una nueva prosa literaria
en el continente.
Si por instantes pensamos, como Nietzsche, que un libro,
al igual que las acciones humanas más comunes, es una fracción de movimiento
destinado a encerrarse y eternizarse en la cadena vital de lo que existe -como
un insecto en el ámbar[11]-, nos daremos cuenta de que El
Habitante Y Su Esperanza completó su ciclo. Aún le toca a la crítica
desentrañar, en delicada labor arqueológica, su significado y valor más
profundos.
Notas
[1] RINCÓN, Carlos. Acerca de la “Nueva Crítica literaria
latinoamericana”. Posiciones y problemas. Problemas 3 - Teoría de la crítica
y del ensayo en Hispanoamérica [Colectivo de autores], La Habana: Academia,
1990, pp. 28-61.
[2] ARAGON, Louis. Le paysan de Paris, Paris:
Gallimard, 1961, 251 p.
[3] Conf. la presencia del tema en Galope Muerto
Aquello todo tan rápido, tan viviente,
inmóvil sin embargo, como la polea loca en sí misma,
esas ruedas de los motores, en fin.
………………………………………………
Por eso, en lo inmóvil, deteniéndose, percibir,
entonces, como aleteo inmenso, encima,
como abejas muertas o números,
ay, lo que mi corazón pálido no puede abarcar,
en multitudes, en lágrimas saliendo apenas,
y esfuerzos humanos, tormentas,
acciones negras descubiertas de repente,
como hielos, desorden vasto,
oceánico, para mí que entro cantando,
como con una espada entre indefensos.
inmóvil sin embargo, como la polea loca en sí misma,
esas ruedas de los motores, en fin.
………………………………………………
Por eso, en lo inmóvil, deteniéndose, percibir,
entonces, como aleteo inmenso, encima,
como abejas muertas o números,
ay, lo que mi corazón pálido no puede abarcar,
en multitudes, en lágrimas saliendo apenas,
y esfuerzos humanos, tormentas,
acciones negras descubiertas de repente,
como hielos, desorden vasto,
oceánico, para mí que entro cantando,
como con una espada entre indefensos.
Lo mismo en la producción poética de Neruda ya en su
madurez, como lo atesta, por ejemplo, El Primer Mar, de Memorial De Isla
Negra:
salí de las raíces,
se me agrandó la patria,
se rompió la unidad de la madera:
la cárcel de los bosques
abrió una puerta verde
por donde entró la ola con su trueno
y se extendió mi vida
con un golpe de mar, en el espacio.
se me agrandó la patria,
se rompió la unidad de la madera:
la cárcel de los bosques
abrió una puerta verde
por donde entró la ola con su trueno
y se extendió mi vida
con un golpe de mar, en el espacio.
En: NERUDA, Pablo. Antología poética, Selección y
prólogo de Rafael Alberti, 4 ed., Madrid: Espasa-Calpe, 1985, 509 p.
[4] NERUDA, Pablo. El habitante y su esperanza.
El hondero entusiasta. Tentativa del hombre infinito. Anillos, 8 ed.,
Buenos Aires: Losada, 1997, 92 p. (Biblioteca Clásica y Contemporánea, 271),
pp. 09-26. Todas las citas de la obra, indicadas por las iniciales EHYSE,
provienen de esta edición.
[5] NIETZSCHE, Friedrich. Prefacio. In: ---. El viajero
y su sombra. Segunda parte de Humano, demasiado humano, Trad. de
Carlos Vergara, Madrid: EDAF, 1999, 284 p. Iniciales de las citas: EVYSS.
Hasta 1886, se publicaron Miscelánea De Opiniones Y Sentencias y El
Viajero Y Su Sombra separadamente, como continuación y apéndice de Humano,
Demasiado Humano. A partir de aquel año, se reunieron las dos obras en un
mismo libro.
[6] Tanto en Nietzsche como en Neruda, la noche simboliza
el sentimiento del mundo en su dimensión más perturbadora, la revelación de la
muerte como posibilidad de entendimiento de los secretos de la vida:
"En la noche.
-En cuanto comienza a caer la noche, nuestra impresión respecto a los objetos
familiares se transforma. […] Existe la respiración del durmiente, su ritmo
inquietante, en el que una constante inquietud parece cantar su melodía;
nosotros no la oímos, pero cuando el pecho del durmiente se eleva, sentimos
nuestro corazón oprimido, y cuando el aliento disminuye, casi expirando en un
silencio de muerte, nos decimos: “¡Descansa un poco, pobre espíritu
atormentado!”. Deseamos a todo viviente, porque vive en tal opresión, un
descanso eterno: la noche invita a la muerte. Si los hombres prescindieran del
sol y libraran bajo la claridad de la luna y de la lámpara de aceite el combate
contra la noche, ¿qué filosofía los envolvería en sus velos? Observamos ya en
el ser intelectual y moral del hombre, a causa de esta mezcla de tinieblas y de
ausencia del sol que vela la vida, cuán sombrío se ha vuelto." (EVYSS,
Segunda Parte, “El viajero y su sombra”, 8, pp. 152-3)
"Por la ventana el anochecer cruza como un fraile, vestido
de negro, que se parara frente a nosotros lúgubremente. El anochecer es igual
en todas partes, frente al corazón del hombre que se acongoja, vacila su trapo
y se arrolla a las piernas como cela vencida, temerosa. Ay, del que no sabe qué
camino tomar, del mar o de la selva, en esa hora débil, en que nadie puede
retratarse, porque las condenas del tiempo son iguales e infinitas, caídas
sobre la vacilación o las angustias." (EHYSE, VI, p. 12)
[7] NERUDA, Pablo. El habitante y su esperanza, Santiago,
Nascimento, 1926. In: ---. Prólogos, Sel. de Arturo Infante Reñasco,
Trad. de Thiago de Mello, Rio de Janeiro: Bertrand Brasil, 2002, 192 p., pp.
16-7. La venganza -la que, consumada o no, parece ratificar el comportamiento
delictivo del protagonista de El Habitante Y Su Esperanza- es otro de
los temas de que se ocupa Nietzsche más largamente en El Viajero Y Su Sombra.
Nos dice el filósofo que la venganza no rescata las pérdidas: “la reparación no
se refiere más que a una pérdida accesoria que se añade a todas las
pérdidas mencionadas.” (EVYSS, 33, p. 169). Algo así como la ambigüedad
que la descripción del asesino ante su víctima suscita:
"Entonces tomé el hacha de mi compañero, pero algo extraño
observé que pasaba, era mi hacha leñera la que mis árboles habían robado, y vi
su luz de acero temblando fríamente sobre mi cabeza. Tendré cuidado. Será
necesario tenerla amarrada a mis tobillos, y ella gritará, os lo aseguro,
aullará lúgubremente como un perro.
Yo he estado solo a solo, durmiendo el hombre que debo
matar, os lo aseguro, pero entre mi mano levantada con el arma brillando, se ha
interpuesto su sueño como una pared. Lo juro, muchas veces bajé el arma contra
ese material impenetrable, su densidad sujetaba mi mano, y yo mismo, en la
solitaria vivienda, en que yo tampoco estaba, yo también me puse a soñar." (EHYSE,
XV, p. 26)
[8] NERUDA, Pablo. La verdad. [Memorial de Isla Negra].
In: Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea: 1914-1987, 3
ed. / 7 reimpr., Madrid: Alianza Editorial, 1999, 560 p., pp. 332-34.
[9] NERUDA, Pablo. La gran alegría. [Yo soy]. En
---. Antología poética (1985) p. 191.
[10] Véase el comentario de Daniel Halévy: “De toutes les
œuvres de Nietzsche, Humain, trop humain est la moins réussie. Le
lyrique y retient son inspiration, le psychologue y essaie ses dons. Aussi
est-ce la moins lue. On l´admirerait davantage si on savait la lire.”, In:---. Nietzsche,
Paris: Bernard Grasset, 1977, 726 p., Au bord des ténèbres, p. 263.
[11] NIETZSCHE, Friedrich. Humano, demasiado humano.
Livro para espíritos livres, Trad., notas e posfácio de Paulo César de Souza,
São Paulo: Companhia das Letras, 2000, 349 p., 208, O livro quase tornado
gente, pp. 140-41.
Versión modificada del artículo “El habitante y su
esperanza: la problemática de la representación más allá del Surrealismo”,
publicado en América Hispânica. Literatura chilena: tradição e
renovação, Rio de Janeiro, SEPEHA/UFRJ, IX (15-16):136-143, jan-dez.
1996.
Referencia de la imagen: http://www.bosquedefantasias.com/cita-de-pablo-neruda
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